Arrojados por el tiempo y el espacio, nos encontramos súbitamente con algo inesperado que ha quebrado todos los sistemas modernos que parecían siempre obsoletos, como la política, salud, educación, cultura y religión, entre otros. Este fenómeno nos hace presumir que estamos en un camino de despertar después de un largo letargo mental. Creíamos en una realidad estable, pero la pandemia de COVID-19 reveló nuestra verdadera vulnerabilidad como seres humanos, haciéndonos conscientes de nuestra debilidad frente al tiempo y al espacio.

El impacto de la pandemia ha sacado a la luz mucha corrupción política, un mundo injusto económicamente, asalariados con ingresos reducidos, un sistema de justicia ineficaz, un sistema de salud precario, y una desarmonía emocional e intelectual en los individuos. Este panorama nos lleva a una encrucijada: autodestruirnos o elevarnos, siempre y cuando no busquemos la utopía, sino que reconozcamos el poder interior que poseemos.

Debemos comenzar a vivir de manera diferente, adelantándonos a la realidad que nos vendieron como verdad. La autoconciencia es la clave para elevarnos por encima de esta aparente realidad, y es el legado que debemos dejar a nuestros niños, quienes verán un mundo diferente al que encontramos.