el volcan
Miguel vivía en el desierto, pero no tenía casa fija. Era un nómada. Eso significa que viajaba constamente con su familia de un lugar a otro. Miguel a veces añoraba quedarse más tiempo en un mismo lugar, aunque lo de viajar también era divertido. En sus viajes descubría cosas muy interesantes. En uno de eso viajes conoció al volcán Volcoloco.
Cuenta la leyenda que Volcoloco no siempre había sido un volcán, sino que antes había sido una montaña habitada por el dios malvado Urp. Todo alrededor de la montaña eran tierras prósperas y fecundas. Pero cuando el dios malvado estaba enfadado, algo que sucedía con frecuencia, se dedicaba a saltar enfurecido y rabioso en la cima de la montaña. Cada vez que saltaba, la rabia hacía que le saliera fuego de los pies.
Así, poco a poco, con tanto salto y tanto fuego, el dios Urp fue haciendo un agujero en la cima de la montaña, inyectando su fuego hacia el interior. El fuego acumulado en el interior de la montaña fue derritiendo la roca y acabó convirtiéndola en un volcán. Y cada vez que Urp se enfadaba, el volcán también se ponía de mal humor, y escupía lava hacia el exterior. Poco a poco, todo alrededor se convirtió en un desierto por culpa de la lava que salía del volcán.
Cuando la noticia llegó a oídos del dios de dioses, este amenazó a Urp y le dijo congelaría el volcán si no lograba que éste dejara de entrar en erupción y soltar lava. Urp lo intentó, pero el volcán hacía lo que quería, así que el dios de dioses congeló el volcán y condenó a Urp a vivir allí para siempre hasta que consiguiera que a su amigo el volcán se le pasara el mal humor.
Urp intentó buscar a alguien que le ayudara, pero nadie quería hacerlo. Su maldad y su rabia lo habían provocado todo y nadie confiaba en él.
Cuando Miguel conoció su historia quiso saber hasta qué punto era cierta la leyenda.
- Tengo que conocer al dios Urp -pensó.
Escaló toda la noche hasta que llegó a la cima del volcán. Y allí estaba el mismísimo dios Urp, aburrido y cabizbajo.
- ¡Vete de aquí! -le dijo Urp a Miguel. Al volcán no le gustan las visitas. Y cuando se enfada entra en erupción. Y cuando termina, hace más frío después. Estoy ya harto de tanto fuego.
- Perdona, solo quería conocerte -le dijo Miguel.
Miguel convenció a Urp para que le contara toda su historia. Miguel también le contó la suya. Juntos terminaron charlando y riendo como dos viejos amigos. Y así estaban cuando amaneció.
- Vaya, parece que ya no hace tanto frío, ¿verdad? -dijo Miguel.
- ¡La nieve! -gritó Urp-. ¡Se ha derretido la nieve!
-Parece que a tu amigo el volcán se le ha pasado el mal humor -dijo Miguel.
- Eso parece, sí -exclamó el dios.
- O quizá el que necesitaba estar alegre eras tú -bromeó Miguel.
- Creo que me he contagiado de tu buen humor-dijo Urp-. Gracias por ayudarme a conseguirlo.
Y así fue como el volcán helado del desierto se descongeló. Desde entonces el dios Urp ha dejado de hacer fechorías y, cuando se enfada, procura no saltar para no hacer enfadar a su amigo.
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