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Hay un verbo inherente a la aventura del Camino de Santiago que acaba de ser finiquitado en la lucha contra el coronavirus: compartir ya no es posible. El Consejo Jacobeo ha aprobado una serie de recomendaciones para las mochilas de los peregrinos que crucen, a partir de julio, el norte de la península en la nueva normalidad y en ellas todo es personal e intransferible: una cantimplora propia, cubiertos no desechables, navaja y recipiente para comer, saco de dormir y, por supuesto, un kit higiénico con mascarillas, hidrogel y pulverizador desinfectante. Y un bolígrafo.
También se recomienda desinfectar el mobiliario del área de descanso antes de usarlo, lavarse las manos con gel hidroalcohólico antes y después de manipular las fuentes, beber siempre en un recipiente, evitar el contacto con el grifo, depositar las mochilas en el exterior de los recintos cerrados, no tocar nada. El nuevo Camino de Santiago no se libra ni de la distancia de seguridad ni de las mascarillas en las cuestas más difíciles, en pleno verano. En esta realidad preservativa es preferible, además, que la credencial sea sellada por el personal del local y, en caso de recorrer la ruta en bicicleta, aparcarla en un lugar que no esté en contacto con otras. Es preferible desinfectarla antes de volver a montar e iniciar la marcha. No obstante, el ministerio recuerda que las recomendaciones no son un “protocolo” como tal. Las recomendaciones que se hacen “son una síntesis” de la Guía para albergues de la Secretaría de Estado de Turismo.
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